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Teslablog #23 - 2012-10-31T00:00:00

"Uno solo puede quedarse estupefacto ante el contenido de todas estas cintas halladas cuando uno no podía esperar nada más sobre el inventor. Y hay que reconocer que tiene sus indudables ventajas, entre ellas la de poder oírle y verle sin la lata que les daba en persona a O'Neill ('señor O'Neill, tengo algunas puntualizaciones que hacerles sobre su artículo en el New York Times') o Swezey ('sí, ya sé que son las tres de la mañana y es de mala educación llamar por teléfono, pero permita que comparta con usted algunas consideraciones sobre un invento en el que estoy trabajando en estos momentos').

Es cierto que siguen abiertas demasiadas incógnitas: ¿cómo es que Tesla no habla, digamos, como Radomir Antic, y en cambio lo hace con un indefinible acento del sur occidental de Europa? ¿Cómo es que inventó la máquina del tiempo y no retrocedió con un rollo de celo al momento en que rompió sus patentes ante Westinghouse? O, aún más provocadora de insomnios: ¿qué hace este tío vestido de tía?

Soy consciente de que son enigmas que solo nuevos hallazgos, como un pen USB en alguna caja fuerte de la torre Morgan o un archivo en la nube de Apple nos desvelarán. Pero, hasta que llegue ese momento, este Teslablog es el alfa y omega de los estudios teslianos. He dicho."

 

Sonó la campanilla de la puerta. Dejé un momento las fotos que estaba revelando en la trastienda para atenderle. Se dirigía hacia el mostrado un hombre esbelto, elegante, de bigote cuidado y un acento que descubría su paso por más de un país. Con voz aflautada, comenzó a explicarme lo que quería. La primera vez no le entendí, usó palabras extrañas para mí. Durante la repetición pude elucubrar que estaba un tanto chalado. Me propuso contratarnos a mi jefe y a mí para grabarle semanalmente en su laboratorio y, más tarde, publicar las imágenes en algo que llamó internet. Aquel mes habíamos pagado demasiados impuestos y hecho demasiados pocos retratos, y como la retribución monetaria que nos prometía el señor Tesla era satisfactoria para nuestra empresa, aceptamos.

Después de meses grabando lo que él llamaba Sus Teslablogs, comenzamos a pensar que aguantar sus manías, convivir con sus palomas, los constantes cortes de electricidad que iban a terminar con nuestros equipos y su perfeccionamiento exquisito, entre otras cosas, no compensaba lo que el señor científico nos había abonado. Pero he de reconocer que, a pesar de todo, aquel apuesto señor me llegó al corazón. Su caballerosidad, las exhibiciones de miles de vatios recorriendo su cuerpo, la relación de odio con aquel otro científico, Edison, y su predisposición a perder bienes y empresas, y coger catarros, lo hacían adorable. Ciertamente lamenté que aquellas visitas a su laboratorio tuvieran que terminar, pero en mi memoria ha quedado una frase que él repetía a menudo: “El desarrollo progresivo del hombre depende vitalmente de la invención; es el producto más importante de su cerebro creativo. Su propósito último es el dominio completo de la mente sobre el mundo material, el aprovechamiento de las fuerzas de la naturaleza para las necesidades humanas. Esta es la difícil tarea del inventor, a quien a menudo no se comprende ni se recompensa”.

Sin lugar a dudas ha sido uno de los más interesantes trabajos que hemos hecho. Ahora ha venido otra señorita preguntando por lo mismo, una tal Henrietta. Supongo que será algo que se ha puesto de moda entre los científicos. Si usted también quiere un videoblog (ya me he familiarizado con el término) no tiene más que ponerse en contacto con nosotros. Mientras tanto, seguiré revelando retratos.

 

 

Al entrar en aquel lugar sentí que viajaba en el tiempo.
Mi vida es una sucesión de papeles. No, no se equivoquen, no me refiero a las fibras vegetales, sino a los roles que debo desempeñar, encarnándome en mujeres (y hombres, por qué no) de otros tiempos y otros lugares. Por eso creía estar acostumbrada a esos golpes de mi particular máquina del tiempo, esos que me impulsan cinematográficamente de un lado al otro atravesando agujeros de gusano ficticios... Pero no estaba preparada para lo que se avecinaba... Darme de bruces con él en el lugar de rodaje. Les aseguro que yo, que soy actriz, supe desde el primer momento que él no era actor. Esa mirada profunda, su mal disimulada altivez, totalmente justificada, su ensimismamiento (quién sabe qué nuevos intentos estaría gestando esa mente maravillosa)... todo era señal de que él viajaba en el tiempo, pero de una forma totalmente distinta a la mía. Nadie dijo ni una sola palabra. Se movía por allí como Pedro por su casa. Y yo tampoco pregunté... pero lo sabía. Aún hoy recuerdo la sensación de soledad que me invadió al verlo paseando y constatar que toda su vida era una búsqueda. La del ser humano que lo da todo por avanzar y no concibe lo estático, la quietud, ni siquiera la suya propia. Tras hacer mi trabajo lo mejor que pude, en el papel de Henrietta Leavitt, me marché. Tiempo después, dejándome llevar por la curiosidad, busqué denodadamente una forma de volver a contactar con él. Pero me resultó imposible. Claro... Yo solo soy una actriz. Pero él era Nikola Tesla.

 

 

'Acudimos al hotel Waldorf-Astoria el sargento O‚Leary y yo mismo, alertados por la llamada de un camarero en su primer día de trabajo, que nos explica que ha detectado una actitud anormal en uno de los comensales.El sospechoso es un varón de raza caucásica, ojos marrones, pelo y bigote oscuros, alta estatura y elegantemente vestido, aunque con un atuendo claramente pasado de moda. Lo observamos desde la cocina y constatamos que su forma de actuar es peculiar: come solo, usa dieciocho servilletas, limpia concienzudamente los cubiertos antes de usarlos. Terminado el almuerzo, sale del hotel y emprende camino a pie. Le seguimos y observamos que después de unos diez minutos caminando por las calles del centro de Manhattan, gira en una callejuela y entra en un portal, no sin antes haber rodeado tres veces la manzana. Procedemos a su detención, ante el temor de que su siguiente acción sea rodear el Congreso. Registramos al detenido y constatamos que no porta documentación. Se le pide que se identifique y afirma ser Nikola Tesla, inventor, nacido en Smiljan, Croacia, el 10 de julio de 1856, lo cual al sargento O‚Leary y a mí mismo nos parece del todo imposible, ya que el citado individuo tendría entonces una edad de...bueno, un montón de años. Ante esta y otras incongruencias que formula, decidimos ponerlo en manos de una institución psiquiátrica. El detenido queda retenido en la sala de interrogatorios de la comisaría cuatro, custodiado por el sargento O‚Leary, pero cuando vuelvo después de hacer los trámites para su traslado, encuentro la susodicha sala vacía. El sargento O‚Leary dice que no entiende cómo ha podido escapar el detenido, ya que la sala carece de ventanas o de otra salida y él asegura no haberse movido de la puerta, aunque yo tengo la sospecha de que ha vuelto a bajar a por donuts. Afirma también el sargento que vio un fogonazo por debajo de la puerta y oyó un sonido como de rayos. En ese momento tocan al portero automático. Son de la institución psiquiátrica notificando que la furgoneta ha llegado. Les comunico que el detenido ha desaparecido, pero después de un breve análisis de la situación procedemos a introducir al sargento O‚Leary en la misma, puesto que el traslado ya estaba pagado. Posteriormente, en un examen minucioso de la sala de reuniones, descubro que el monitor del ordenador está abierto por detrás. De él salen varios cables empalmados entre sí y otros dispositivos interconectados. En el suelo hay una marca negra aproximadamente circular con rastros radiales de hollín, de apariencia similar a las producidas por una detonación o una serie de descargas eléctricas intensas.'

 

 

Hace unos meses, una pareja de palomas intentó anidar en una de las macetas de mi balcón.  Esas ratas con alas ya habían dispuesto un montón de palitos para criar a sus polluelos cuando me di cuenta del problema que tenía ante mis narices, tanto de higiene como de superpoblación (¿querrían instalarse ahí para siempre con los polluelos de sus polluelos de sus polluelos?).
Un día me armé de valor, metí la maceta y los palitos en una bolsa de basura y lo tiré todo al contenedor.
Sentí alivio, pero también la sensación de que acababa de hacer algo malo.


 

 

Aún recuerdo aquel extraño mensaje que llegó a mi buzón de correo. En un perfecto inglés me comunicaban que, como representante del Instituto de Astrofísica de Andalucía, había sido seleccionado para participar en una reunión en las oficinas que el FBI tiene en Nueva York. En dicho correo me rogaban que mantuviera la máxima discreción sobre el asunto y me informaban que en unos días recibiría instrucciones más concretas por teléfono. El mensaje venía firmado por alguien que decía ser el director del “Proyecto NewYorker 3327”. Ni que decir tiene que el mensaje fue directo a mi carpeta de spam. “¿Es que ya no saben qué hacer para invitarte a una reunión de venta de tupperwares?”, pensé. 

Lo inquietante es que dos días después recibí la llamada. 

Tras más de siete horas de vuelo y cientos de controles de seguridad, allí estaba yo, en una sala fría y aséptica, junto a cuatro representantes de sendos centros de investigación, y rodeado de extraños hombres de negro con pinganillos en los oídos que apenas parecían respirar. Sí, era como una de esas película con agentes del FBI con pinganillo.

Tras cerca de media hora de espera, apareció un simpático hombrecillo que se sentó delante de nosotros y extrajo de un maletín de seguridad dos cajas. “Ahora es cuando nos vende los tupperwares” -pensé-.  Abrió una de las cajas y mostró su contenido muy rápidamente, sin decir una sola palabra. Después la cerró y volvió a guardarla en el maletín como si acabara de enseñarnos auténtico material alienígena. Pero lo único que había en esa caja era…un huevo kínder. Sí, comencé a sospechar que aquello era un nuevo reality show titulado “Tontos que viajan a Nueva York para nada”. Pero no era así.

De la segunda caja sí que extrajo el contenido y lo dispuso sobre la mesa. Se trataba de una cinta de video VHS (lo del reality cobraba cada vez más fuerza).  Entonces comenzó a hablar. Lo primero que salió de sus labios fue un nombre: “Nikola Tesla”; y lo último un mensaje dirigido a los cinco que allí estábamos y no llevábamos pinganillo alguno: “Sus centros han sido elegidos para divulgar este material a la humanidad”. Entre medias, las tres horas más alucinógenas que recuerdo haber vivido en mi vida. Demasiado alucinógenas incluso para un reality.

“¿Alguna pregunta?”. Entonces me levanté y pregunte en mi inglés de Alcorcón: “¿Por qué a nosotros? Somos un centro de astrofísica”. O sea, que después de tres horas de teletransportaciones, hombres invisibles, robots, saltos en el tiempo, paradojas imposibles, asincronías temporales y un sinfín de extrañezas más, a mí lo único que se me ocurre preguntar es por qué nosotros, si somos un centro de astrofísica. El hombrecillo se me quedó mirando fijamente y, tras una controlada pausa que me recordó a uno de esos sostenidos planos de esas películas americanas repletas de planos sostenidos, me dijo: “¿Y por qué no?”

Al volver a mi centro las críticas fueron feroces: que eso no es verdad, que si es un tipo con bigote, que si alimentamos a los conspiranoicos, que si eso es divulgación confusa, que el nombre del centro se puede ver afectado, que quién me ha pagado el viaje, que cuándo y dónde ponen el reality, que si son bonitos los tupperwares, y así una larga y variada lista de exabruptos varios. Pero cuanto más arreciaban las críticas más me agarraba a una frase: “¿Y por qué no?”

 

 

¿Cómo que "el último de los Teslablog"? ¿Otra vez quieren aniquilar mi obra; pretenden borrar mi legado; tratan de acabar conmigo... una vez más... después de tantos años?

¡Ah, maldito Edison!: reconozco tu larga mano moviendo estos hilos; pero no han de bastar tus burdas maquinaciones para hacer menguar mi figura, ¡te lo aseguro! ¡La posteridad me pagará la gloria que ya tantas generaciones me vienen debiendo! Y si para ello he de aparecerme en otros videoblogs, ¡no me temblarán el pulso ni el bigote!

A ver, ¿dónde guardaba yo las señas de mi vieja amiga Henrietta...?



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